De un tiempo a esta parte estamos siendo testigos de un mayor número de separaciones y divorcios en nuestra sociedad. Rupturas matrimoniales que saturan los juzgados de familia, ya que se comienza una “guerra” por los hijos y todo lo que lleva implícito su cuidado. Así, los divorcios pasan de ser una ruptura de relación de pareja a una “batalla campal”, en la que los niños, en muchas ocasiones, se emplean como escudos, monedas de cambio o reclutas de uno de los batallones. Cuando uno de los progenitores les utiliza para poder ganar su lucha personal, podemos estar ante una caso de “Síndrome de Alienación Parental” (SAP), que se define como “un trastorno caracterizado por el conjunto de síntomas que resultan del proceso por el cual un progenitor transforma la conciencia de sus hijos, mediante distintas estrategias, con objeto de impedir, obstaculizar o destruir los vínculos con el otro progenitor” (Aguilar, 2004). Desafortunadamente, estos casos existen, y cada vez son más los progenitores que están intentando recibir ayuda para poder recuperar la relación con sus hijos y pasar una tarde con sus éstos sin tener que escuchar “te odio, tú no eres mi padre…como me toques te denuncio”.
Los menores que son alienados por uno de los progenitores son víctimas de un maltrato psicológico severo. Su capacidad de juicio y razonamiento queda anulado y a disposición del progenitor que les está manipulando, que ha creando una única realidad.
Romper un vínculo entre un hijo y un padre, o realizar denuncias falsas hacia uno de los progenitores, por no haber superado una situación de separación o por querer obtener los máximos beneficios materiales a costa de un divorcio, sin duda genera un gran daño psicológico en los hijos, que se verá reflejado a nivel emocional, académico, social y sin duda, si no se detecta a tiempo, estos niños tienen una gran probabilidad de convertirse en adultos inválidos emocionalmente e incapaces de establecer vínculos afectivos saludables con su entorno.
Sería conveniente, que se tomase conciencia de que ya de por sí una separación o divorcio afecta a los hijos, les rompe su rutina, les genera incomprensión, ansiedad y una vuelta a la normalidad lenta y costosa. No mantener al margen a los niños de un conflicto entre la pareja, da muestras de inmadurez y de una paternidad poco responsable. Los hijos no pueden crecer creyendo que son de nuestra propiedad, porque no lo son, debemos ayudarles a madurar con seguridad y con un entorno que les de afecto y les valore tal y como son.
Natalia Ortega de Pablo. Psicólogo colegiado número: M-18017
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