El Síndrome de Fatiga Crónica

Cansancio extremo y persistente, sensación de malestar general, dolores diversos (garganta, músculos, articulaciones, cabeza, abdomen), problemas de sueño (dificultad para dormirse, sueño superficial, despertar precoz, inversión del horario del sueño, somnolencia excesiva diurna), hipersensibilidad a la luz y al sonido, mareos, pérdida del equilibrio, mala regulación de la temperatura corporal, sudoración excesiva, náuseas, pérdida del apetito, cambios en el estado de ánimo, reducción de la capacidad de concentración y memoria,…

Si presentas en la actualidad 4 de estos síntomas junto a una grave fatiga desde hace al menos 6 meses, y si el diagnóstico médico no ha podido atribuirlos a una enfermedad conocida, es posible que sufras el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC).

Lo habitual es que te hayas encontrado con este nuevo diagnóstico después de años de peregrinar por distintos especialistas (neurólogos, reumatólogos, endocrinos, psiquiatras, internistas,…), sin que hayan podido explicar la presencia de ese conjunto heterogéneo e inconexo de síntomas y de alteraciones fisiopatológicas. Probablemente te hayas sentido incomprendido/a, ignorado/a o no tomado/a en serio por parte de algunos profesionales sanitarios y personas de tu entorno social y familiar. Quizás, incluso, en algunas ocasiones has dudado de que tus síntomas sean reales y que lo que te sucede es que eres una persona “débil”, “quejumbrosa” o “sin fuerza de voluntad”, porque las pruebas diagnósticas realizadas no revelan nada concluyente, mas que discretas alteraciones que no justificarían la incapacidad referida. Incluso puede que estés dando crédito a la opinión de que “tu problema es psicológico”, ya que “no tienes cara de cansancio” ni “aspecto de enfermo/a”.

No estás solo/a. En España se calcula que hay unos 200.000 afectado/as, la mayoría mujeres (entre el 59-85%), de todas las edades, aunque la media se sitúa en torno a los 30 años.

Se sabe que el SFC es una enfermedad crónica que afecta a varios sistemas y funciones del organismo – en particular a los sistemas nervioso, endocrino e inmune-, caracterizada por la presencia de un estado de fatiga o agotamiento severo, persistente e inexplicada, en respuesta a un mínimo esfuerzo físico y/o mental, que no mejora claramente con el descanso y que resulta incapacitante para el paciente. Esta fatiga no puede ser debida a otras enfermedades, tales como la mononucleosis crónica, el cáncer; o trastornos como la esquizofrenia o la depresión mayor. Tampoco es la fatiga aguda o transitoria que se produce por la realización de un esfuerzo intenso y que mejora con el reposo; ni la fatiga crónica que tiene una causa conocida e identificable.

Además del estado extremo de cansancio, deben reunirse un mínimo de 4 síntomas adicionales, entre los que pueden hallarse alteraciones del sueño, neurocognitivas, del sistema nervioso autónomo, neuroendocrinas, inmunológicas o de dolor. Constituye, por tanto, una entidad clínica reconocida por todas las organizaciones médicas internacionales y por la OMS desde 1989.

Lamentablemente, no se conoce exactamente la causa de la enfermedad y es probable que en su desarrollo intervengan un conjunto de factores que, en diferentes combinaciones, incidan sobre los afectados y den lugar al cuadro clínico.  Cerca de dos tercios de los casos están precedidos por una infección evidente (como la mononucleosis infecciosa, herpesvirus, meningitis viral, hepatitis viral o infecciones por bacterias), que parece originar una disfunción inmunitaria (pobre función inmunitaria celular y activación inmunitaria anómala), que altera su equilibrio y da cuenta de la cantidad y variedad de síntomas que el paciente puede tener a lo largo de su evolución. Otros factores que pueden alterar la función inmunitaria son: las transfusiones sanguíneas, células fetales, irradiaciones, toxinas, estrés prolongado, embarazo, infecciones que se eliminan lentamente, reactivación de virus latentes, aumento de la producción de cortisol, hipotensión postural idiopática, deficiencias nutricionales, heridas y traumas físicos. En cualquier caso, debe quedar claro que el SFC no es una enfermedad contagiosa ni tiene una única causa.

En coherencia con el desconocimiento sobre la etiología de la enfermedad, por el momento no existe ninguna prueba diagnóstica ni marcador biológico que pueda detectar el SFC. Su diagnóstico debe realizarse por exclusión, mediante el estudio de la historia clínica del paciente que permita reconocer el patrón de síntomas típicos, y descartando otras patologías a través de análisis completos de sangre y orina, u otras pruebas complementarias. Habitualmente son frecuentes varias visitas al médico antes de poder ofrecer un diagnóstico provisional, que debe confirmarse en los 6 meses posteriores.

La evolución del SFC varía considerablemente en cada persona. Hay algunos que pueden reanudar su actividad laboral previa al mismo nivel que antes, aunque sigan experimentando algunos síntomas. Otros se recuperan completamente con el tiempo y unos terceros empeoran. En general, se puede afirmar que la evolución es cíclica, con alternancia de períodos de relativo bienestar con otros de agudización sintomática. Es importante hacer notar aquí que la recuperación la define el propio paciente y no tiene que significar necesariamente la desaparición de todos los síntomas.

A día de hoy no se dispone de un tratamiento preventivo ni curativo, por lo que la intervención debe ir orientada a reducir los síntomas y el grado de discapacidad que ocasionan. El objetivo prioritario es triple: disminuir los niveles de fatiga, el grado de dolor y mejorar los niveles de actividad y adaptación del enfermo a su vida diaria. En este sentido, el tratamiento suele incluir fármacos, dieta equilibrada, complejos vitamínicos, ejercicio físico adaptado a las posibilidades de cada paciente, y ayuda psicológica.

Por otra parte, aunque el SFC no constituya un trastorno psicológico, muchos de los afectados padecen frecuentemente síntomas o trastornos psicológicos reactivos a las limitaciones impuestas por la enfermedad o por la posible disfunción inmunitaria subyacente. Los más comunes son: trastornos depresivos, de ansiedad, del sueño, sexuales o cambios de la personalidad. Tiene sentido que sea así, pues la persona que lo sufre debe adaptarse a una situación nueva, con múltiples limitaciones, y que genera una respuesta de estrés mantenida en el tiempo.

Mención aparte merecen las alteraciones neurocognitivas que suelen presentarse como síntomas adicionales en el SFC: reducción de la concentración, pérdida de memoria reciente, dificultades para la consolidación de información en la memoria a largo plazo, problemas para planificar, clasificar o secuenciar mentalmente información, dificultades para encontrar la palabra que se quiere expresar o denominar correctamente las cosas. Todo ello justificaría los serios problemas que encuentran atendiendo una conversación o concentrándose en la lectura, cambiando la palabra que no se evoca por otra parecida, tardando más tiempo del habitual en razonar o en responder, expresándose verbalmente con mayor lentitud y menor riqueza léxica, o encontrándose con una sensación generalizada de embotamiento.

Por todo ello, en aquellos casos en que se sospeche de la presencia de síntomas psicológicos o neurocognitivos, es importante la participación del psicólogo para realizar una completa valoración clínica, que permita identificar correctamente las alteraciones y/o déficits, y, en su caso, proponer un plan de intervención individualizado que incluya técnicas de tratamiento psicológico y rehabilitación cognitiva para ayudar a reducirlos o compensarlos.

José Antonio Tamayo Hernández.    Psicólogo colegiado número: M-18960

2017-10-25T21:22:06+00:00

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