Las personas compartimos ideas, nociones, miradas, encuentros, sucesos, altercados y un sinfín de interacciones que nos despiertan o nos abruman, bloqueando nuestra manera de ser o dejándola libre. ¿Conectar con todo ello es un signo de adaptación? ¿O sería necesario saber desconectar?
El manejo del tiempo es una de las esferas que más se ve comprometida debido al ritmo frenético actual. Dedicar un espacio a la pareja y a uno mismo, cuidarse y mimar aquello que os sostiene para no dejarse caer, es difícil, aunque posible. Un área de gran influencia para conseguir esto en la relación de pareja es la sexualidad. Siguiendo a Díaz (2003) existe una gran conformidad con el hecho de impactar en este área con exigencias de procedimiento, centrarse en las posturas y en la consecución del orgasmo, como si seguir un manual de instrucciones enrevesado fuera a conducir a ambos miembros de la relación hacia un sitio mejor, sea este el que fuere. Sin embargo, accionar este mecanismo puede producir inmovilismo, una interrupción de la natural interacción que se da en la pareja y, por consiguiente, en la capacidad de intimar.
Es importante descubrir a la pareja el afecto que une a ambos y permitirse expresarlo
libre, espontáneo, sin circunscribirse a una situación metódica que cause oxidación en el
engranaje del reloj que marca los momentos en su historia sexual. Desarrollarla requiere
hacer crecer la intimidad, tocarse, conectar con el otro en tiempo, lugar y forma reales,
lograr hacerlo sin estar pensando en temas aparte. En definitiva, compartir el tiempo de
forma auténtica, para lo que se necesita desconectar del mundo de fuera y procurar la
presencia de uno mismo. La capacidad de comunicarse con la pareja se beneficiará también de esta evolución, al expresar afecto y potenciar la intimidad. El lenguaje, cuando hay armonía entre ambos en las formas de expresión acerca de la sexualidad, abre la oportunidad de comprender, de consolar, de besar con las palabras, dejar ver qué ocurre y compartir así confidencias dentro de la pareja. Si esto no sucede, debido a que no estamos dejando que la comunicación o la expresión de afectos fluyan, difícilmente puede ser placentera la vida sexual. Para lograrlo, la propuesta de Díaz (2003) aborda posibilitar el encuentro sexual “sin metas concretas a alcanzar”. Esto significa que se pueda iniciar la relación sexual con el único fin de producirse y de disfrutar, divertirse o sonreír juntos. Nada específico porque deba serlo, o nada literal que imposibilite dejar ser como es a la relación. Al apostar por una única razón, se puede provocar inquietud, quizás porque no se logre lo que se pretendía o porque se esté bloqueando la capacidad de tener sensaciones, de la forma particular en que ambos deseen, y que hace a la pareja especial dentro de su mundo.
Ana Muñoz Vélez
Licenciada en Psicología
Referencia:
Díaz Morfa, J. (2003). Prevención de los conflictos de pareja. Descleé de Brouwer.
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