Me conmueve la narración de la historia, escrita por Natalia Ortega, como lo hace el hecho de encontrarme en la encrucijada de las pesadillas de otro: siniestras, amenazantes, desquiciantes. Pero a través de esta lectura de abusos infantiles, que se ciernen y aferran como garras, se posibilita una salida, un hueco sano en la profundidad de la herida. Al fin y al cabo, ¿no estamos hechos de heridas?
El dolor nos permite el paso a otro estado, al origen de la diferencia, la necesidad del cambio. Puede que este no siempre sea visto con interés, pues cambiamos aquello que está mal y tendemos a quedarnos donde creemos encontrarnos bien. Esto implica una interpretación, pero hay veces que erramos en el camino del bienestar, más nos valdría identificar primero lo que se tuerce debajo de nuestros pasos, para poder salir de la senda y trazar, si es necesario, una curva. O quizás una elipse.
Diseñar de forma insistente una línea, pasar por encima repitiendo una y otra vez esa ruta, y darnos cuenta de que nos ha dado algo diferente a lo que queríamos, suele producirnos malestar. Sin embargo, a veces, no es más que un cambio de prioridades producido por la repetición incómoda de lo que no podemos ver al principio. Pero es que no teníamos que anticiparnos, no era posible y no somos culpables de no poder entender ese final y tampoco de cómo nos ha dejado.
Natalia Ortega expone la duda, la dureza del problema de la vida sumado al hecho de ser un niño, de encontrarse perdido, de buscarse como significado de lo acontecido, y su sensibilidad me detiene en lo esencial: que la emoción coexiste con la crueldad, pero en vez de absorber a la primera, la hace crecer, la fortalece, la impulsa más alto, incluso a volar, a transformarse en un ser precioso que sobrevive a la desorientación del cariño.
Se confunden las sensaciones que la piel deja impresas en nuestra memoria, pero no olvidemos que aquellos que vuelan con la imaginación, despiertan de las pesadillas y comprenden que ahora no duermen, sino que cumplen sus propios sueños, creados tras su evolución.
Después de leer este libro, tengo la sensación de que los cautivos por lo que otros dañan, son realmente libres. Y son felices.
Ana Muñoz Vélez
Licenciada en Psicología
Refererencia:
Ortega De Pablo, N. (2019). Mariposas de cristal. Cuando el abuso infantil deja de ser un secreto. Castellón: Saralejandría ediciones.
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