El pasado 19 de noviembre fue el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual Infantil (ASI), una problemática silenciada por diversos tabúes sociales y que, en contra del pensamiento general, afecta a una proporción muy amplia de menores.
Porque 1 de cada 5 menores de 17 años sufre este tipo de abuso. 1 de cada 5. Lo cual quiere decir que seguramente conozcas o te hayas podido cruzar con un menor que sea víctima de abuso sexual, sin ser consciente de ello.
No obstante, el sufrimiento de estas víctimas suele quedar silenciado por diversos factores que desarrollaremos a continuación.
En nuestro país se denuncian tan solo un 15% de los abusos a menores, y solo en el año 2017 se produjeron más de 3.000 denuncias por ASI. Por tanto, podemos hacernos una idea de la magnitud de los menores afectados, si estas más de 3.000 denuncias constituyen sólo en torno al 15% del total de las víctimas.
Además, el 70% de estas denuncias no suele superar la fase de investigación, con lo que nunca llegan a juicio, ni se emite la posterior condena.
La mayoría de los abusos sexuales a menores se producen en su entorno más cercano, como puede ser su centro escolar, actividades extraescolares, su vecindario o incluso su propia familia.
Podemos encontrar ejemplos de estos casos en la historia de James Rhodes, el famoso pianista y activista en la denuncia sobre los abusos sexuales en la infancia. James sufrió durante años abusos sexuales por parte de su profesor de Educación Física, produciéndole graves lesiones físicas, por no hablar de las consecuencias psicológicas de este suceso traumático que tuvo que vivir en silencio y de forma continuada durante cinco terribles años.
Otros ejemplos de ASI los podemos encontrar en el libro “Mariposas de Cristal”, de la psicóloga Natalia Ortega, especializada en abuso sexual infantil. Natalia cuenta en su libro la historia de Ana, Sara y Carla (nombres ficticios) que sufrieron en silencio abusos de forma crónica por parte de su abuelo, su profesor de música y su hermano, respectivamente.
Todas estas víctimas (o supervivientes, según se mire) de ASI tienen en común que tardaron mucho tiempo en poder contar sus historias a sus familias y poner fin a los abusos.
Por desgracia, esta es la realidad de la mayoría de las víctimas, puesto que en muchos casos el relato del menor suele ser la única o principal prueba del delito.
A este hecho se le une que, al ser los abusadores personas cercanas al entorno del menor y a su familia, estos pueden pensar que nadie les va a creer. Esto suele suceder especialmente en los casos de abuso intrafamiliar.
Además, otro hecho que dificulta el relato de los abusos es que los abusadores suelen emplear diversas estrategias de manipulación o de chantaje. De esta forma, los abusos suelen empezar como “juegos”, que se plantean como un “secreto especial” entre el abusador y la víctima del que nadie se puede enterar. Esto produce que, los niños/as más pequeños incluso puedan no ser conscientes del abuso ni percibirlo como algo negativo de forma inicial. Después, los abusadores pueden recurrir también a amenazas, siendo ellos mismos quienes repiten a las víctimas que nadie les va a creen si lo cuentan, o que podrían hacer mucho daño a su familia si el “juego” se descubre. Por último, los abusadores pueden recurrir también al uso de la violencia y de la autoridad, aunque esta es la estrategia menos empleada: solo en torno al 10% de los abusos se producen mediante el uso de la violencia.
En contra del pensamiento general no existe un perfil definido de abusador infantil y el ASI no entiende de nivel cultural ni socioeconómico. De esta forma, los abusos se dan en todos los niveles y en cualquier tipo de familia, ya sea esta desestructurada o funcional. De hecho, los casos de abusos intrafamiliares parecen darse más en familias con un nivel socioeconómico medio-alto. Por tanto, el ASI no es una problemática que se de únicamente en familias con problemas o con un nivel social o cultural bajo.
Contar su historia de abuso es una decisión muy difícil para un menor. Por ello, cuando deciden abrirse y contar su sufrimiento, es primordial mostrarse atento y no cuestionar la veracidad de su relato, por mucho que pueda impactar o sea difícil de creer debido a la cercanía del abusador.
En estos casos, es necesario felicitar al menor por su valentía, darle las gracias por contarlo y transmitirle que, desde ahora, no volverá a sufrir ese daño.
Un aspecto con el que es difícil de lidiar tras una historia de abuso es el sentimiento de culpa, tanto de la víctima como de sus familiares.
Esto es así porque, por un lado, los familiares suelen sentirse culpables por no haber detectado ellos mismo el abuso y sentir que no han podido proteger a su hijo/a. Por otro lado, el propio menor también siente una culpa intensa por no haber sido capaz de contar o de frenar antes los abusos, así como culpa por el daño ocasionado a sus familias si el abusador se trata de un familiar cercano.
No obstante, en el ASI solo hay un culpable: el propio abusador. Aunque este aspecto resulta de los más costosos de trabajar con las víctimas y sus familias.
Un último aspecto que dificulta la recuperación del abuso es el cuestionamiento al que muchos menores y sus familias se ven sometidos y el escaso apoyo social recibido.
Por ello, resulta crucial contar con protocolos que garanticen la correcta escucha del menor y la especialización de los profesionales que la realizan (peritos, abogados, jueces, policías, etc.), asegurando su correcta formación y el correcto desarrollo de los casos.
Inés Laso Castelo
Psicóloga General Sanitaria, nº col. M-36991
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