¿Qué es el pasado? Le preguntamos a una clienta en sesión. “El pasado es todo aquello que ya hemos vivido”, nos responde. ¿Existe el pasado? ¿Es algo tangible?, volvemos a preguntar. “Esta sesión se está volviendo muy filosófica”, nos responde entre risas.
Finalmente, terminamos llegando juntos a una conclusión: el pasado no es algo que se pueda percibir de manera clara y precisa, sólo existe en nuestra mente, a través de nuestros recuerdos.
¿Qué es el futuro? Preguntamos ahora. “El futuro es todo aquello que pensamos o que suponemos que va a pasar”, nos responde tras pensarlo unos segundos. En esta ocasión también nos terminamos dando cuenta de que el futuro no es algo tangible: al igual que el pasado, sólo existe en nuestra mente, a través de nuestras creencias, ideas y expectativas acerca de lo que pueda ocurrir mañana o dentro de una semana.
Ahora, viene otra pregunta que nuestra clienta ya se esperaba, dadas las anteriores: ¿Qué es el presente? “El presente es lo que estamos viviendo en este mismo momento”, nos responde. Aquí, nos encontramos ante una diferencia importante frente a las dos conclusiones anteriores: el presente sí se puede percibir de forma clara y precisa, existe también fuera de nuestra mente.
Yo ahora mismo estoy sentada en mi mesa, frente a mi portátil. Puedo percibir el tacto de las teclas de mi teclado, puedo sentir mi espalda apoyada contra el respaldo de mi silla, puedo ver y tocar los bolígrafos que tengo esparcidos por la mesa, puedo mirar a través de la ventana y escuchar los ruidos del tráfico y de la calle…
Sin embargo, el pasado y el futuro sí pueden influir en este momento presente, llegando incluso a invadirlo. Por ejemplo, yo ahora podría empezar a pensar en todo el trabajo que me queda por hacer esta semana. De esta forma, seguramente que dejaría de prestar tanta atención al artículo que estoy escribiendo ahora mismo y me centraría más en el contenido de mis pensamientos sobre el futuro.
Es decir, cambiaría el foco de atención: desde lo que sucede fuera de mí, hacia lo que está dentro de mí.
Además, debemos añadir un aspecto muy importante: los pensamientos nunca vienen solos, suelen ir acompañados de carga emocional. Así, estos pensamientos míos acerca del trabajo que me queda por hacer, pueden venir acompañados de cierta sensación de agobio, ansiedad y preocupación. Del mismo modo, un recuerdo sobre una situación dolorosa del pasado o sobre una discusión con un amigo, vendrían acompañados de sensaciones de tristeza, enfado o ira, de forma que, al final, sería como si reviviésemos esas situaciones una y otra vez. Como si volviésemos a ver una película de la que ya sabemos el final. Pero esto no termina aquí, porque el cómo nos hacen sentir estos pensamientos influye también en nuestras acciones y en nuestro comportamiento actual. Así, quizás, yo podría perder la concentración en este artículo como resultado de estar preocupándome de lo que tengo que hacer mañana, y en lugar de tardar una hora en escribirlo, tardaría dos, y terminaría más preocupada y agobiada. Pero no sólo me afectaría en esta situación. Si me encontrase comiendo en un restaurante con mis amigos, quizás también provocaría que no saborease del mismo modo la comida que estoy probando, ni que prestase la misma atención a la conversación que mantienen mis amigos, ni me reiría con ellos ni disfrutaría de la misma forma, porque mi atención estaría dividida entre este momento presente y las obligaciones que me esperan al día siguiente.
Quizás algún lector se pueda sentir identificado con esto que estoy comentando, dándose cuenta ahora de que se ha visto en situaciones similares más de una vez.
Como resultado de todo este proceso en el que seguramente todos hemos caído, perdemos de vista al presente, viviendo así en el recuerdo de nuestros momentos pasados o en las preocupaciones o planes sobre nuestro futuro.
Pero, como hemos visto antes, lo único que tenemos realmente es el presente. Es lo único que existe fuera de nuestra mente, lo único que podemos ver, tocar, oír, oler, palpar y compartir.
La práctica del Mindfulness, invita precisamente a perseguir este objetivo: dejar el pasado y el futuro a un lado y prestar atención plena al momento presente. Así, conseguimos no sólo disfrutar plenamente de nuestros seres queridos, observar los detalles del entorno mientras paseamos, sentir los olores del espacio en el que nos encontramos o en general vivir plenamente cualquier situación en la que nos encontremos, sino que además podemos potenciar cualidades como la concentración, la empatía o el autoconocimiento.
Con esto no quiero decir que debamos evitar mirar también hacia dentro, hacia nosotros mismos, y hacernos cargo de nuestros propios pensamientos y emociones. Es igualmente importante aprender a observar y aceptar estos estados internos que nos puedan provocar malestar, para conseguir que no interfieran en nuestro presente ni en nuestras acciones, logrando así que, a pesar de tenerlos con nosotros, podamos disfrutar plenamente del hoy y dejar en un segundo plano al ayer y al mañana.
Inés Laso Castelo
Graduada en Psicología
El presente pasa muy rápido. No hay que darle mucha importancia tampoco, si puede ser. No hay que darle excesiva importancia ni al pasado ni al presente ni al fúturo. Simplemente dejarse llevar por la vida.