Después de casi siete semanas de confinamiento decretado por el estado de alarma con fin de contener la pandemia por COVID-19, un nuevo escenario se abre ante nosotros ante el ansiado anuncio de la “desescalada”, que establecerá las fases por las que progresivamente retornaremos a la “nueva normalidad” post-confinamiento. Resulta sorprendente y paradójico un fenómeno que se ha ido popularizando en los últimos días y que, bajo el literario nombre de “síndrome de la cabaña”, pretende dar cuenta de la experiencia de ansiedad y la reticencia a salir a la calle que están manifestando algunas personas, precisamente ahora que se van levantando las condiciones de aislamiento y es posible salir más de casa.
Pese a lo llamativo de la etiqueta, el miedo y rechazo a salir del lugar en el que se ha pasado el confinamiento no tiene nada de patológico ni tampoco de ser un fenómeno generalizado, sino más bien tiene que ver con las circunstancias sociales y psicológicas de cada persona que concurren en estos casos. Por tanto, ni se trata de un síndrome ni existe tal diagnóstico, que, por otra parte, fue postulado originalmente como “fiebre de la cabaña” (cabin fever) para referirse a las dificultades respiratorias leves, fiebre, irritabilidad, confusión, ansiedad y reticencia a salir de la vivienda, que presentaban a principios del siglo XX algunas personas que habían pasado un tiempo prolongado aisladas en cabañas en entornos rurales.
Las manifestaciones originales de la “fiebre de la cabaña” estaban más relacionadas con las condiciones del entorno y de la vivienda (también se le ha llegado a denominar como “síndrome pulmonar por hantavirus”), que en el caso que nos ocupa, que tiene más que ver con el motivo del confinamiento unido a las características personales del individuo.
En la actual pandemia por COVID-19 la razón del confinamiento y el principal objeto de temor es el contagio vírico, que no se acompaña de señales o indicadores que alerten de su presencia en tiempo real. Sabemos que los conocidos síntomas de tos, fiebre y dificultades respiratorias pueden llegar a manifestarse en un plazo de 14 días, pero no podemos conocer el momento del contagio ni la presencia del virus hasta la manifestación de los síntomas, excepto que nos sometamos a un test de detección o un análisis serológico. Además, algunas personas pueden estar contagiadas y ser asintomáticas, con lo que podrían contagiar sin saberlo. A todo ello se le añade la sobreinformación a la que estamos expuestos por los medios de comunicación y redes sociales, que reiteradamente aportan datos estadísticos del número de fallecidos, contagiados y curados; así como nos recuerdan las medidas de higiene y prevención necesarias y nos anticipan que puede haber un repunte o “segunda ola” de la pandemia en otro momento.
Por otra parte, no parece que estas manifestaciones de temor y evitación a salir a la calle se estén dando con más frecuencia entre aquellas personas que han sufrido más de cerca las consecuencias de la enfermedad por coronavirus. Resulta más verosímil relacionarlo con la ansiedad entendida como un rasgo de personalidad, es decir, con la tendencia a interpretar de manera amenazante la información ambigua, la baja tolerancia a la incertidumbre, la necesidad de control y la focalización en las consecuencias más amenazantes de las experiencias. Esta característica nos diferencia como uno de los atributos de nuestra forma de ser, pudiendo ser más o menos marcada según cada persona.
Siguiendo con la argumentación precedente, es sencillo comprender que quien percibe las situaciones que puede encontrarse fuera de casa como “potencialmente contagiosas”, siendo que en su vivienda cree mantener el control sobre el coronavirus y se siente seguro, puede experimentar una reacción emocional de miedo o ansiedad tan elevada y generalizada, como graves y diversos sean los peligros percibidos. Por lo tanto, cobra sentido que bajo este estado se procure salir a la calle lo menos posible y, si se sale, se haga con la mayor rapidez y con el menor contacto posible con otras personas. El problema surge cuando el temor y permanecer en casa entra en conflicto con los intereses de la persona, que pueden ir en la dirección de empezar a salir a la calle como paso previo para ir reanudando las rutinas, obligaciones y actividades de la vida cotidiana “normal”.
Vamos a proponer algunas recomendaciones que, siempre de manera general, puedan ayudar a quienes se encuentren en una situación similar a la descrita, de forma que puedan normalizar su actividad en el exterior de sus domicilios. Tomaremos como ejemplo la rehabilitación tras una lesión:
- El miedo, temor o preocupación que podemos sentir al salir a la calle puede equipararse al que experimenta la persona que ha tenido que estar convaleciente por una lesión, encamado, con cabestrillo o con muletas, y lleva el momento que puede volver a utilizar esa parte de su cuerpo que ha permanecido semanas inoperante.
- La rehabilitación consistiría en reanudar las funciones que realizamos con ese miembro del cuerpo, ante la que es normal sentir inseguridad, miedo o incapacidad (por volver a lesionarse, caerse, …) y, de esta manera, es frecuente que sigamos recurriendo a la muleta o al brazo sano para seguir haciendo nuestras actividades.
- La seguridad y la confianza en el miembro anteriormente lesionado se van alcanzando gradualmente, a medida que seguimos los ejercicios de rehabilitación y nos esforzamos por utilizar todo el cuerpo (también la parte que estuvo lesionada) para cumplir con las tareas que tenemos que hacer. Al hacerlo y al ir pasando los días, tenemos menos presente el miedo a que nos lesionemos otra vez (cada vez lo percibimos como menos probable, aunque reconozcamos que es posible)
- Seguir las recomendaciones médicas preventivas, no aseguran que nos podamos volver a lesionar, pero sí las reducen al mínimo posible, asumible para seguir ocupándonos de las cosas que nos importan en la vida.
Tengamos en cuenta que la adaptación a la vida fuera de casa es un proceso gradual, como el descrito en la rehabilitación tras una lesión. Cada persona elegirá cómo marca su ritmo, pero hará bien en situar la mirada en el horizonte de dónde quiere estar y como quiere vivir.
José Antonio Tamayo Hernández
Psicólogo sanitario col. nº M-18.960
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