EL DAÑO QUE NO CESA

Acosar se define, según la Real Academia Española, como perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona. La segunda acepción indica que es hacer correr a un caballo. Por último, se refiere al hecho de apremiar a alguien con molestias y requerimientos. Todo esto implica que la acción de este verbo se efectúa como un sometimiento de forma insistente sobre alguien.

¿Qué pasaría si este intento de dominio se realiza en el contexto de pareja? El dolor que produce esta situación lo hace, generalmente, de manera insidiosa, como una especie de “veneno psicológico” que suele tardar mucho tiempo en consumar su efecto final, incluso años. A pesar de su duración, dado que esta actuación se ve complementada por instantes de signo contrario, positivos, apasionados, incluso felices, la reacción de la víctima de acoso se ve también postergada por la confusión, esperando el golpe mortal, sin el que parece que no tiene derecho a reaccionar de ninguna de las maneras. La víctima, pareja de un acosador, ya sea en el terreno moral, en el sexual, o ambos, se pregunta si es responsable de la forma en que se conduce su relación. Tal como lo hace, nunca obtiene una respuesta válida que le permita salir de la desorientación, a su acosador le interesa que viva en ese estado todo el tiempo que pueda. Muchas veces, lo primero que une esa relación serán las posiciones que adoptan frente al otro cada miembro de la pareja. Quien acosa se muestra como una persona desvalida por algún acontecimiento que puede ser reciente o anterior, y aparece ante los ojos de su víctima como alguien de quien hay que ocuparse, o a quien es posible restablecer. Esta parte puede ser verdad, no obstante, el acosador lo utiliza en su beneficio y contra el de su víctima. Esta suele responder con un rol de cuidadora, una especie de asistente social de una sola persona. Lo cuida. Lo soporta. Finalmente, como si se tratara de un juego maligno, tú la llevas.

El proceso suele ser lento porque empieza con el traslado de la responsabilidad. Parece que tú, víctima, eres quien decide desde un principio hacerte responsable de todas y cada una de las desgracias que verbaliza tu acosador. Contigo se estanca en un estado de continua crítica que, sin saber cómo, procede de ti. Contigo vive, de forma permanente, triste, enfadado, irascible, hiriente, en definitiva, controlador de tus propios estados emocionales. Tú sí que sientes todos ellos, porque son el resultado de la manipulación que te absorbe a tiempo completo cuando está cerca de ti. Nunca nada es suficiente, nunca llegarás a satisfacer sus deseos, aunque te muestres complaciente, y nunca llegaréis como pareja a sentir una dicha duradera. Recompensará, sin embargo, tus intentos constantes de hacerle sentir mejor, aunque pocas veces, las mínimas indispensables para que puedas creer que debes seguir teniendo la responsabilidad de su condición. En realidad, un acosador no suele sentir las emociones que tú tienes tal como las sientes tú, por lo que resultará un trabajo hercúleo, imposible.

Hirigoyen (1999) habla de que pueden producirse síntomas similares de estrés postraumático en víctimas de un acosador moral o sexual. Con el paso del tiempo, llegará a encontrarse anestesiada, hasta que finalmente reacciona desde una posición defensiva que se perpetúa debido a lo que ha soportado. Quien acosa también utilizará este estado en que se encuentra su víctima, y al que no le quedaba más remedio que ir si quiere sobrevivir al menos emocionalmente, para volver a instalarla en su casilla de salida inicial de responsabilidad y culpa, si es que alguna vez escapó de ella. Si has llegado hasta aquí, conducida a través de este juego pérfido, puede que te cueste volver a ser quien eras. Una de las principales consecuencias es que te parece estar a años luz de donde estabas antes de conocer este tipo de acoso. Te alejaron de tu propia felicidad, a la que renunciaste por tomar el testigo de tu compromiso con alguien que jamás se comprometió contigo en la misma dirección, aunque te hizo creer a través de frases de doble sentido e ilusiones ópticas que sí.  Y lo consigue sin ningún tipo de remordimiento o culpa. De hecho, te habrá dejado muy claro que tú quisiste adoptar ese rol de cuidador para con el doliente, en vista de tu alto sentido de la responsabilidad. Esta es una característica fundamental previa a la seducción que ejerce la persona perversa, que detecta a su víctima idónea entre quienes ostentan integridad. Puede que así sea más divertido para quien agrede sin necesitar del daño físico.

A pesar del dolor, por encima de la manipulación, eres una persona que siente más allá de todo aquello que te han producido, porque, como ya dije en un hilo anterior, fuiste antes y eres además de tu dolor de ahora. Puedes volver a ser libre, sabiendo todo lo que sabes en este instante, y reconocer el desarrollo de los pasos que ha tomado tu relación. Tampoco eres solo tu relación, no tengas miedo de la colisión que te ha generado. Es tu puerta para vencer el abuso.

Ana Muñoz Vélez

Licenciada en Psicología col. nº: M-36247

 Referencia bibliográfica:

Hirigoyen, M. F. (1999). El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana. Paidós Contextos.

By | 2021-06-17T10:42:09+00:00 junio 17th, 2021|Blog|0 Comments

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