“La verdadera medida de nuestra valía se compone de todos los beneficios que los demás han obtenido de nuestro éxito”
Cullen Hightower
Tomar decisiones resulta complicado. La capacidad de hacerlo puede parecer una característica de personalidad, fija e inmanente a pesar del tiempo. No obstante, se trata más bien de una singularidad viva, elástica, que se va llenando a medida que se practica. A veces, este ejercicio se realiza de forma fácil, principalmente porque la decisión a tomar versa sobre un tema de poca importancia para el actor que quiere llevarla a cabo. Sin embargo, la relevancia de la decisión puede adquirir, en cada persona y con el paso del tiempo, un cariz muy subjetivo. Adopta esta forma al tener en cuenta, sobre todo, consideraciones superficiales a la hora de valorar las opciones.
Por todo ello, conviene ejercitar la toma de decisiones evaluando aspectos que trascienden el ámbito de lo inmediato o lo meramente práctico. Esto significa que, aunque generalmente se valore si esa decisión reportará un beneficio a corto plazo para el decisor, sería deseable empezar a sopesar sus repercusiones reparando en un mayor alcance, e incluso el que tiene hacia otros implicados. Esta derivación del problema surge de las prolongaciones que aparecen ante situaciones de mayor calado, como puede serlo elegir una profesión, posponer proyectos personales por el bien de la organización o responsabilizarse realmente de algo.
López-Jurado (2014) indica que las decisiones pueden parecer acertadas a ojos de quien realiza la acción, pero no por ello tendrán que ser por fuerza adecuadas si al crear la huella de memoria, decisión tras decisión, van invalidando para alcanzar satisfacciones más esenciales. Si de forma habitual solo se elige la alternativa que, aparentemente y sin una reflexión crítica, beneficia la parte más pequeña de todo aquello que involucra, se pierde la práctica de decidir de forma global. Con ello, también descuidamos nuestro aprendizaje. Para saber cómo decidir, se debe hacerlo, la teoría sirve de poco aquí. Esto hará que la persona crezca durante el mismo proceso en el que va tomando decisiones, produciendo cada vez menos angustia o temor.
La madurez se alcanza a través de lo que aprendemos, no solo al final del camino que escogemos, sino valorando lo que sucede con nosotros y con quienes nos rodean al hacerlo. Si nunca prestamos atención al perjuicio que producimos, abandonamos la enseñanza de estimar también las consecuencias en sentido negativo, porque lo único que puede entonces hacer actuar a quien decide así, es la perspectiva de un resultado favorable. A pesar de todo lo demás.
El ensayo es en sí mismo una preparación de aquello que se quiere conseguir. Para solucionar los inconvenientes que produce, por ejemplo, la ansiedad ante la incertidumbre, la psicoterapia promueve la experimentación de aquello que deseas evitar a toda costa. Pero lo hace desde una perspectiva íntegra, en un entorno más seguro, donde se puedan generar más alternativas y desarrollar competencias a través de la búsqueda que resulta del arte de decidir.
Ana Muñoz Vélez
Psicóloga General Sanitaria col. nº: M-36247
Referencia:
López-Jurado Puig, M. (2014). La decisión correcta. El aprendizaje de valores morales en la toma de decisiones. Desclée de Brouwer.
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