En marzo de 2020 nuestro mundo se paralizó. Tuvimos que hacer frente a una situación sin precedentes y nuestra rutina diaria, sobre la que habíamos construido una base de seguridad, desapareció. A partir de este momento, tuvimos que cambiar nuestra forma de vida, de relacionarnos, de trabajar, aprender a lidiar con la incertidumbre, con la pérdida, con el miedo y con nuestra propia vulnerabilidad.
Tras casi un año conviviendo con esta situación, se podría decir que hemos logrado construir una nueva rutina: las mascarillas y el gel desinfectante han pasado a ser elementos más de nuestro día a día, y lo mismo ocurre con el teletrabajo, la modalidad de estudios semipresencial y las limitaciones de aforo en los diferentes establecimientos.
No obstante, el cansancio por la prolongación de esta situación, las alertas continuas ante posibles nuevos confinamientos y los constantes altibajos en la evolución de los contagios están dejando una gran huella en la salud mental de nuestra sociedad.
Son ya numerosas investigaciones las que muestran un aumento de la prevalencia de trastornos de ansiedad, depresión y estrés postraumático tanto en población general como en personal sanitario de primera línea.
El desarrollo de estos trastornos tiene su explicación, por ejemplo, en los eventos de cuarentena, aislamiento y hospitalizaciones en plantas de cuidados intensivos, que pueden resultar traumáticos. Asimismo, el miedo al contagio, la pérdida del empleo y el cierre de negocios, el aislamiento social y la incertidumbre son factores vitales estresantes que pueden conducir a la depresión y ansiedad.
Del mismo modo, la pérdida de seres queridos a causa de la COVID 19, sin opción de despedirse y sin poder elaborar el duelo posterior, también pueden llevar al desarrollo de estas problemáticas.
El personal sanitario es uno de los grandes afectados por esta situación. Hay diversos estudios que encontraron síntomas más graves de estrés postraumático entre ellos en comparación con la población general. También se ha encontrado un importante incremento de los casos de insomnio, siendo su incidencia dos veces mayor entre los profesionales de la salud. Esto puede ser debido al sobreesfuerzo, al estrés laboral, la falta de medios y recursos, agotamiento y tensión acumulada a la que estos profesionales han tenido que hacer frente a lo largo de todos estos meses. El miedo a contagiar a sus familiares también ha sido un factor a tener en cuenta entre los profesionales sanitarios, puesto que ellos se han encontrado desde el primer momento en contacto directo con el virus y su enfermedad, dando lugar a unos niveles de preocupación y distanciamiento más acentuados.
La pandemia también ha afectado de forma negativa a aquellas personas que ya padecían trastornos mentales y otros problemas psicológicos. Muchos de ellos, han sufrido recaídas o han visto su patología empeorada al no poder recibir asistencia presencial durante los meses del confinamiento, al verse limitadas las terapias grupales y al ver reducida su red de apoyo social.
Los/as niños/as también están sufriendo los efectos de esta situación de emergencia sanitaria. La escasez de actividades de ocio, las limitaciones en la vida social, las estrictas medidas de higiene de los colegios (necesarias, pero difíciles) que limitan su actividad y su movimiento, y no poder reunirse con abuelos y otros familiares, también tienen sus consecuencias negativas en el estado de ánimo y en el nivel de ansiedad de los más pequeños. Todo ello puede dar lugar a un menor rendimiento académico, irritabilidad y problemas de conducta en casa.
Por último, las personas mayores, al ser las más vulnerables ante esta enfermedad pueden estar sufriendo en mayor medida los efectos del aislamiento social. El miedo al contagio, el sentimiento de soledad y, para muchos, el llevar meses sin poder reunirse con sus seres queridos, pueden incidir de forma negativa en su salud mental y en su calidad de vida.
Quizás, estos efectos de la pandemia estén siendo los más olvidados, pero no por ello los menos importantes.
Por ello, ahora más que nunca resulta necesario reforzar los servicios de salud mental y dar a esta la importancia que merece. Solo así se podrá tratar todas estas problemáticas para evitar que se cronifiquen, dando lugar a un empeoramiento de la calidad de vida y problemas en diferentes ámbitos (familiares, laborales, sociales, etc.). Asimismo, trabajar en el marco de la prevención también es importante para evitar llegar al desarrollo de los diferentes trastornos.
Inés Laso Castelo
Graduada en Psicología
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