En estos últimos meses seguramente hemos sido muchos los que hemos experimentado en primera persona los efectos de la ansiedad y del estrés. Los más de dos meses de confinamiento, la incertidumbre por lo que pasará después, adaptarnos a las mascarillas y a todas las medidas nuevas de higiene, el teletrabajo, el nuevo curso escolar, el miedo a contagiar o a ser contagiados… Son muchas las situaciones nuevas y complicadas por las que hemos tenido que pasar (y seguimos pasando) en un periodo muy breve de tiempo, con la certeza de no haber superado aún la pandemia.
No obstante, a muchos quizás os sorprenda saber que esta sensación tan desagradable y molesta como es la ansiedad, es una emoción básica y completamente necesaria en nuestra vida y, como tal, no tiene por qué ser necesariamente negativa. Quizás esto se ilustre mejor con un ejemplo: Imaginemos que estamos cruzando un paso de cebra cuando, de repente, vemos que un conductor despistado se salta el semáforo. Nuestra reacción es la de echarnos hacia un lado para evitar el choque, así como la del conductor es frenar en cuanto nos ve. Estas dos reacciones tan automáticas y rápidas, que nos han permitido evitar un accidente, han sido posibles gracias a la ansiedad. Esto es así porque la ansiedad es una respuesta de nuestro cuerpo que se produce cuando este detecta una situación amenazante. Esta respuesta de ansiedad nos hace estar alerta ante el peligro, percibirlo con nitidez y afrontarlo de forma óptima.
Del mismo modo, el estrés es un proceso natural de adaptación entre la persona y su entorno, que nos permite hacer frente a situaciones demandantes. Pensemos, por ejemplo, en esos periodos de exámenes finales de la universidad en los que nos podíamos pasar el día sin separarnos de los apuntes. Pues bien, era gracias al estrés por lo que conseguíamos esos niveles de concentración y activación que nos permitían estudiar una asignatura en apenas unos días y salvar el cuatrimestre. El estrés es una reacción general de activación de recursos ante situaciones desafiantes, cuyas demandas tenemos que afrontar. El estrés es inherente a la vida, pues son muchas las situaciones o problemas para los que necesitamos de su ayuda como, por ejemplo, adaptarnos a un nuevo puesto de trabajo, afrontar los retos laborales y académicos que se nos presenten, hacer frente a una mudanza, prepararnos para la llegada de nuestro primer hijo, etc.
Pero tampoco vamos a engañaros: el estrés y la ansiedad pueden pasar de ser aliados a ser enemigos. El proceso de activación que son el estrés y la ansiedad suponen un aumento de la actividad a nivel cognitivo, fisiológico y conductual, que nos permite afrontar estas situaciones desafiantes. Sin embargo, si esta sobreactivación se intensifica o se mantiene de forma prolongada en el tiempo, termina ocasionando consecuencias nocivas para la salud, llevándonos al cansancio e incluso al agotamiento. Volviendo al ejemplo de los exámenes, del mismo modo que el estrés nos permite estar más atentos y concentrados a la hora de estudiar, si llega a niveles más elevados también termina siendo el causante de los problemas de sueño, la inseguridad, las ideas negativas (“no me lo sé bien”, “voy a suspender”, etc.) y las cefaleas que finalmente obstaculizan el estudio y nuestro desempeño durante el examen.
Tal y como indican López y Costa (2017) en su libro Si la Vida nos da Limones, Hagamos Limonada, el estrés y la ansiedad se pueden alargar e intensificar, bien porque las demandas de la situación a la que nos enfrentamos son objetivamente graves, o bien porque magnificamos y rumiamos excesivamente los problemas. De esta forma, a nivel cognitivo, podemos encontrarnos con agotamiento, problemas de concentración, de creatividad, malestar psicológico, atención centrada en problemas, alerta excesiva e incluso problemas de memoria. A nivel fisiológico, aparece el dolor muscular, contracturas, cefaleas, molestias digestivas y otras somatizaciones. También, nuestra conducta se vuelve más torpe, menos adaptada a las demandas (a las que tenemos que hacer frente), con un menor rendimiento y más errores en nuestro desempeño. El estrés también puede terminar afectando a nuestras relaciones sociales, puesto que nos mostramos más irritables y alterados, así como a nuestra salud a largo plazo: Son ya numerosos los estudios que relacionan padecer estrés de forma crónica con una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades cardiovasculares o algunos tipos de cáncer, como de colon y próstata.
Si esta es la situación de alguno de los lectores, ya sea por situaciones derivadas de la pandemia por COVID-19 (incertidumbre laboral, académica, miedo al contagio, etc.) o por factores diferentes, resulta imprescindible parar y buscar estrategias que nos ayuden a afrontar mejor estos estados emocionales. Una de estas estrategias, por ejemplo, puede ser realizar ejercicio físico de forma habitual. También resulta de gran ayuda iniciarnos en la práctica del Mindfulness, de cara a saber observar, identificar y aceptar el estrés y la ansiedad, de forma plena y consciente. Quizás, también este sea el momento de buscar ayuda por parte de un profesional de la Psicología para aprender a gestionar el estrés y la ansiedad de una forma más beneficiosa para la salud y, también para aprender a aceptarlas como la parte inevitable y necesaria de la vida que son.
Inés Laso Castelo
Graduada en Psicología
Referencias:
López, E. y Costa, M. (2017). Si la vida nos da limones, hagamos Limonada. Dar sentido a la vida cuando el estrés y la ansiedad nos la complican. Pirámide.
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