VIOLENCIA DE MERCADO

La violencia de género se alza como un concepto cambiante y a veces difícil de entender en su totalidad. Este problema va más allá de ser un número que, asociado a la estadística, lo enajena de su significado y lo relega a ser un testigo invisible. Al fin y al cabo, ¿qué cifra puede representar realmente todas sus implicaciones? Una de las formas en que este conflicto se muestra es a través de la violencia sexual, acto de coacción hacia una persona para que lleve a cabo una conducta sexual que no desea o no quiere realizar. Quizás el significado de esta noción oriente mejor, por ser más específica, al lector.

En tiempos de enfermedad y confinamiento, el egoísmo, la ira o incluso la impiedad, pueden hacer que “el tener ya o conseguir todo lo que desees” se considere como una necesidad, en vez de ser otra opción más. La coacción se justifica entonces como un medio para un fin que sirve de base a la escalada de violencia. Muchas parejas están notando el terrible efecto de la paralización del tiempo y ambos pueden sentir, ante este bloqueo, que ni siquiera se reconocen. Seas hombre o mujer, sufrir violencia sexual puede suponer consecuencias que impacten en forma de síntomas, tanto psicológicos como físicos, que sería beneficioso identificar y tratar cuanto antes, dado que el tiempo aquí también puede jugar en nuestra contra.

Estas situaciones se dan de forma generalizada porque, aunque la educación se ha establecido como una causa importantísima para la adecuada o inconveniente interacción entre las personas, la propaganda mediática de consumo interviene a este respecto casi tanto como el genuino desarrollo del individuo, ya sea a través de las relaciones familiares, personales o bien laborales. Más ahora, al vivir esta pandemia, los medios de comunicación se han convertido en un considerable difusor de sufrimiento psicológico debido a su mecanismo de influencia. Las actitudes que se muestran a los demás, los estereotipos con que se valoran circunstancias complejas que requieren otro tipo de evaluación más exhaustiva, e incluso las obsesiones, que a menudo acompañan modos patológicos de conducirse, pueden provenir del aparato mediático y la violencia sexual no escapa tampoco de este ámbito.

El consumo exige un estado permanente de deseo, la provocación de una herida abierta que se cierre exclusivamente tras la adquisición del producto. Pero este proceso mecánico engendra una nueva herida o vuelve a abrir la antigua para perpetuar la necesidad de reparación.

En determinadas áreas, los medios demandan un único modo de pensar, actuar o aparentar, por ejemplo, en el aspecto físico. En otras, habitualmente producto de las modas del momento, instan a mostrarse diferente quizás como reclamo para aparecer más deseable, aunque se trate de algo en lo que no se quiera cambiar. Hay que recordar que muchas veces no son las personas como individuos quienes marcan sus metas, sino que son impuestas dependiendo de lo que el mercado ambicione vender.

Dada esta apabullante emisión de contradicción, conminando a ser igual en unos casos, pero demandando la diferencia en otros temas con los que interesa comerciar – aún sin importar el uso de la intimidación – no es el género por el hecho de tenerlo lo que obliga a estas limitaciones. Sin embargo, los medios, quizás por mala costumbre, se dirigen a ti que eres mujer con exigencias de consumo tales como: “deberías parecerte, cambiarte, comportarte, vestirte, maquillarte, dedicarte, venderte, alquilarte, ser ardiente, ser complaciente, reírte de todo, nunca enfadarte…”, o en definitiva un sinfín de “tes” que anulan la propia capacidad de ser una misma, así como parecerlo, y que caen como pesadas losas sobre ti.

¿Cómo estar segura entonces de qué es lo que quieres si te sientes asfixiada por lo que otros inducen a que desees? Esta pugna no siempre resulta de la interacción con el género masculino, sino también de la presión de aquellas mujeres que sí caen bajo el yugo de la esclavitud del artificio y entienden que debe ser asunto de todas, doblegar su voluntad a los caprichos de mercadillo.

La intención de crear nuevos antojos que aparten a la persona de su auténtico propósito, para causar un estado continuo de insatisfacción, origina pesar porque este proceso no consiente comprender por qué se alejó de aquel. Aquí, de nuevo, la desigualdad de género se difumina, porque este mecanismo no suele diferenciar entre hombres o mujeres y se convierte, a veces rápidamente, en otra adicción: la dependencia a ser violentado en cualquiera de sus formas. En vez de permitir centrarse en la valía, virtud y peculiaridades habidas en cada uno, se transmite un imperativo no natural que colisiona contra la elección particular. El abuso de la pornografía es claro ejemplo de lo que puede llegar a ser una adicción de consumo, que arrastra a su paso el entorno completo de su víctima, que viola y violenta los pensamientos y torna su apariencia en espejismo de deseo saciado, en oposición al ritmo real de la sexualidad humana. Tomar la decisión de buscar el valor personal ayuda a no transigir con la violencia y combate todas sus configuraciones.

Ana Muñoz Vélez

Licenciada en Psicología col. nº: M-36247

By | 2021-02-04T16:25:28+00:00 febrero 4th, 2021|Blog|0 Comments

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