El lenguaje cotidiano ha incorporado a su léxico desde hace años numerosos términos procedentes del ámbito de la psicología clínica y la psiquiatría, que solemos utilizar con más o menos rigor para referirnos a comportamientos anómalos, y que se desvían de los márgenes de lo que entendemos como saludable o socialmente aceptable. Probablemente estemos familiarizados con expresiones como “estoy bulímico”, para referirnos a la presencia de un apetito e ingesta voraz; “es un maníaco”, para aludir a la fijación que alguien tiene con otra persona; “o “es bipolar” para explicar los cambios abruptos e incomprensibles en las respuestas emocionales que parecen caracterizar el comportamiento habitual de la persona. Sin entrar a definir el significado preciso de estos vocablos o de otros de uso popular, en este primer artículo nos queremos detener en el trastorno bipolar para presentar sus características distintivas y explicar sus posibles causas.
Mitos y realidades
La sintomatología a la que se etiqueta como trastorno bipolar (aunque sería más correcto denominarlo en plural, “trastornos bipolares”, dado que se reconocen oficialmente tres formas diferenciadas de presentación) no es una invención de asociaciones de profesionales de la salud mental ni de las compañías farmacéutica que lanzan al mercado medicamentos para su tratamiento. Tampoco es exclusiva, ni siquiera característica, de las sociedades occidentales. No ha aparecido por primera vez en el s. XX. No la sufren personas débiles, no se la provoca uno mismo, no se contagia, ni es necesariamente incapacitante.
Por el contrario, el trastorno bipolar (conocido anteriormente como “psicosis maníaco-depresiva”) consiste en una alteración del estado de ánimo grave, crónica y recurrente, que se caracteriza típicamente por la aparición de episodios de sintomatología maníaca (estado de ánimo excesivamente elevado en el que la persona se puede mostrar eufórica, efusiva, irritable, enérgica y activa), que puedan presentarse aislados o alternados por episodios depresivos mayores (períodos de más de dos semanas de duración, en los que predomina un estado anímico muy bajo, pérdida de interés o de satisfacción ante situaciones placenteras). Aunque es menos frecuente, también pueden darse episodios mixtos en los que aparecerían simultáneamente síntomas depresivos y maníacos.
¿A quién afecta?
Afecta por igual a hombres y mujeres de cualquier procedencia étnica, social y cultural, situándose su inicio habitualmente al principio de la vida adulta, en la veintena, precisamente la etapa en la que el joven se enfrenta a importantes y exigentes cambios vitales (p.ej., entrada en el mundo laboral, acceso a los estudios superiores, emancipación, convivencia de pareja, formación de familia). No obstante, no todas las personas tienen la misma probabilidad de presentar el trastorno bipolar, dependiendo de si otros miembros de su familia sufren este problema. Si uno de los progenitores padece el trastorno, los hijos tienen un 20% de posibilidades de presentarlo también, porcentaje que sube hasta el 40% en el caso de que sean los dos progenitores los afectados por el trastorno.
Se calcula que afecta aproximadamente al 4% de la población mundial, siendo la sexta causa de incapacidad laboral por su gravedad y cronicidad, si no reciben el tratamiento adecuado
¿A qué se debe?
Se produce por una alteración de los mecanismos neurobiológicos que regulan el estado de ánimo (fundamentalmente en el sistema límbico), que, a modo de “termostato cerebral”, fallaría a la hora de mantener estable y regular el estado de ánimo frente a los cambios del entorno. Aunque la causa última parezca apuntar a un origen biológico, que predispondría a la persona afectada de una mayor vulnerabilidad a desarrollar el trastorno, suele desencadenarse tras la ocurrencia de algún acontecimiento estresante para el afectado (p. ej., muerte de un ser querido, ruptura sentimental, pérdida de empleo, ascenso laboral, cambio de domicilio), coincidiendo con el cambio estacional (el tránsito del verano al otoño, o del invierno a la primavera) o relacionado con el estilo de vida (p.ej., consumo de drogas, privación de sueño de forma prolongada, falta de regularidad en los horarios de sueño, dificultades para la toma de decisiones o el afrontamiento del estrés). Por tanto, la biología, el ambiente y el comportamiento se encuentran totalmente entrelazados en la aparición del trastorno y en sus recaídas, por lo que no cabe hablar de una única causa ni de una combinación concreta de éstas.
Dejamos para un segundo artículo pistas para su detección precoz y la información sobre los tratamientos eficaces que se siguen en la actualidad.
José Antonio Tamayo Hernández
Psicólogo sanitario (col. M-18.960)
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