Violencia Infanto-juvenil

Desde siempre, y hoy en día más que nunca, son muchos los padres que se preocupan por la seguridad e integridad de sus hijos. Nos implicamos para que nuestros hijos estén seguros en casa, en la escuela, con sus amigos y, en general, en todas las actividades que llevan a cabo en el día a día. Pero ¿qué tipo de violencia pueden sufrir y qué consecuencias puede tener en su desarrollo adulto?

La violencia infanto-juvenil se define como aquellas acciones que de forma deliberada causan, o amenazan con causar, un daño o sometimiento grave (físico, sexual o psicológico) a un niño o adolescente. Puede ser de diversos tipos: maltrato físico o psicológico, acoso escolar, ciberacoso, abuso sexual, violencia intrafamiliar, violencia de género en parejas adolescentes o violencia dirigida a colectivos vulnerables como los menores discapacitados o pertenecientes a minorías étnicas.

Según un estudio de las Naciones Unidas, gran parte de la violencia dirigida a menores de 14 años se produce en el hogar a manos de padres, personas a su cargo y/u otros familiares. Es alarmante que a menudo los niños sean agredidos por las personas que deberían protegerlos. Sin embargo, también pueden sufrir violencia por parte de sus iguales, ya sea en el ámbito escolar (el llamado bulliying), o expandirse a cualquier lugar, cosa cada día más accesible mediante ciberacoso o ciberbullying (a través de los móviles, redes sociales o videojuegos).

Todos estos hechos, independientemente de quién sea el agresor, pueden afectar a su desarrollo y a su salud en todos los niveles, teniendo consecuencias negativas para su edad adulta, e incluso provocando un riesgo de que reproduzcan estas conductas violentas hacia otras personas.

¿Cómo podemos detectar si nuestro hijo o algún niño de nuestro entorno está siendo víctima de algún tipo de violencia?

  • Señales físicas repetidas (moratones, magulladuras, quemaduras, etc.)
  • Cambios bruscos de conducta en casa o en la escuela
  • Cansancio o apatía permanente
  • Conducta sexual explícita e inapropiada para su edad
  • Conducta antisocial, agresiva y/o rabietas exageradas y persistentes
  • Reacciones hostiles y distantes
  • Regresiones en el desarrollo (por ejemplo, un niño que controlaba esfínteres vuelve atrás y ya no lo hace)
  • Sintomatología depresiva (teniendo en cuenta que en niños no se manifiesta tanto por tristeza sino por irritabilidad)
  • Actitud hipervigilante y pesadillas

Si notamos uno o varios de estos síntomas en un menor lo mejor es tratar de hablar con él/ella sobre lo que le preocupa y mantener una actitud de confianza y comunicación abierta. Sobre todo, es importante no escandalizarnos ante cualquier cosa que nos confiese, ya que puede hacer que pierda confianza y decida esconder aun más lo que le sucede.

Por último, es aconsejable pedir ayuda profesional para tratar el daño psicológico y emocional que haya podido sufrir. Nuestro equipo de profesionales podrá ayudarle y asesorarle en lo que necesite.

Escarlata Patier Llop

Psicóloga sanitaria col. nº M-34.027

By | 2020-02-15T18:22:13+00:00 noviembre 21st, 2019|Blog|0 Comments

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