SALIENDO DE NUNCA JAMÁS

Primer intento. El psicólogo escribe. No sabéis qué. Os pregunta por qué venís ahora a terapia. Por qué ahora. ¿Eso importa? Os decís con los ojos. Por fin una mirada de complicidad. Algo que solo vosotros dos sabéis. De repente, la pregunta empieza a cobrar sentido. Por un segundo, ella se cuestiona si hay alguien aparte de ella que entienda lo que él dice solo con mirarse. Cree que sí. Se siente molesta. Él cruza los brazos. Tiene muchas ganas de decir algo. Pero cree que a ella no le interesa. Supone que le importa más lo que el psicólogo pregunta. Por esa mirada que acaba de regalarle, al fin, de duda.

El psicoterapeuta sigue escribiendo. Más preguntas. Disteis las respuestas por sabidas hace tiempo. Pero cuando las hace el psicólogo os quedáis pensando. No os acordáis de la última vez que os dijisteis algo bonito el uno al otro. Tampoco cuándo uno intentó sorprender al otro. Os inquieta no acordaros. Ahora va una petición. Darse un tiempo para estar juntos. Pero si ya ni siquiera te lo das a ti mismo. ¿De dónde lo saco? De una chistera, dice ella. Él se ríe. No le da importancia. Pero ella sí. Le gusta que se ría con ella. Él se sorprende al percibir que el ambiente donde estáis los dos es cálido. El terapeuta pregunta por lo que os decís a diario. Qué temas habláis. Cómo lo hacéis. Quién inicia el diálogo. Os limitáis a encogeros de hombros. Los dos. Algo que os hace sonreír. Parece que habláis poco. Parece que ciertos aspectos de vuestra comunicación han cambiado. Ninguno recuerda cuándo comenzó a pasar. Pregunta si discutís. Pero ni eso. No hay apenas reacción a nada.

Ella se revuelve en la silla porque no puede responder a las preguntas del psicólogo. Él se da cuenta de que solo habla él. Piensa que ella ha vuelto a perder el interés, incluso a las preguntas. Se enfada. Ella nota que él tiene los ojos llorosos. Extiende la mano. Pero él sigue sin mirarla. Ella devuelve su mano al regazo. Cada vez más vacía. Entonces el psicólogo termina la sesión pidiendo que escribáis algo en casa para trabajar la próxima vez. Os levantáis y os volvéis a mirar. Esta vez dura más tiempo. Le gusta. A ella y a él.

Es difícil. Mirarlo sin que sientas apenas nada. Pero lo haces. Ahí está, delante de ti, vuestras miradas casi no se cruzan porque él no te mira. Tú no le coges de la mano. Descubres un tono amargo en sus palabras, como si estuviera haciendo una ensalada mezcla de pesadumbre y de queja. Se irrita según habla. Tú te crispas, pero sonríes. No sabes por qué lo haces. Pero te da miedo no hacerlo. No le haces caso. Empiezas a pensar en otras cosas. Al final, él se acaba cansando de hablar solo. Sabes que busca la confirmación de sus teorías, aunque no sabes cuáles son, en otros. En otras. No te busca curioso. Te mira a ratitos cuando quiere saber si estás escuchando. Pero ya no te hace preguntas a ti. Se ha callado y empiezas a hablar de una anécdota que te ha pasado. Te corta porque su atención está en otra cosa. Luego no vuelve al tema que empezaste. Sales de casa y sabes que ya no pensarás en el regreso. Crees que él tampoco.

Es extraño. Se ha vuelto una extraña mientras la mirabas de reojo el otro día. ¿O fue la semana pasada? El tiempo corre más deprisa. Te parece que te pierdes momentos esenciales de su vida. De tu vida. Estás hablando, pero no la miras de frente. Escuchas su risa sin que hayas dicho algo gracioso. Está pensando en alguien. Algo que dijo alguien. Para ti es importante que te escuche. Sabes que no lo hace. Escuchará a otras. A otros. No la miras mientras hablas, observas tu magdalena. Es apetitosa. Qué rica. Vuelves a pensar en lo que estás diciendo. Has perdido el hilo porque ni siquiera te importa a ti. Solo quieres que ella te escuche. Que ella asienta. Pero por favor, que no se ría más. Las sonrisas que te gustan son las de cualquier otra persona. Pero las de ella no. Ahora saben a poco. Sales de casa y crees que ni sueña ni piensa en ti. Crees que tú tampoco. Pero en realidad es porque ya nunca te acuerdas de tus sueños.

Segundo intento. Os habéis sentido, sin decirlo, como si fuerais al País de Nunca Jamás. Sentís que no es posible recuperar lo vuestro. Saliendo de la terapia el otro día, os pareció vislumbrar un atisbo del brillo de antes. Pero ahora volvéis cansados. Como si nada fuera suficiente. Ella cree que todo termina. Aunque no había pensado en cuándo lo haría. Él respira con más fuerza de lo habitual. Se queda pensando en la última semana. Está nervioso. Ninguno hizo lo que el terapeuta les había pedido. Cree que ya no tiene ganas de nada. Empieza a pensar en si tiene sentido su relación. Sin quererlo, recuerda cuándo la conoció. Se queda allí, en sus recuerdos con ella, durante unos minutos.

El psicólogo hace que os sentéis enfrente uno del otro. Giráis vuestras sillas. Os sentís nerviosos. Os pide que digáis una cosa que queréis que el otro cambie. No dudáis cuando respondéis. Después, os dice que digáis otra que os gustaría que siguiera tal como está. Algo que no queréis que desaparezca. Esto os pilla por sorpresa. A los dos os viene a la cabeza la manera en cómo se comportaba el otro al principio. Pero nada que continúe hasta ahora. El terapeuta busca algo que os hiciera sentir bien durante la última semana. De repente, él se acuerda. Sus bromas. Quiere que sigan. Ella lo mira con alivio. Es su turno. Dice que le gusta que él se ría. Le hace feliz, añade. Hacía tiempo que no hablabais de lo que sentíais. El psicólogo os pregunta si eso que os gusta del otro ha disminuido en las últimas semanas. Estáis confundidos. Pero respondéis que sí. También os pregunta si esto puede ser fruto de una reacción a la respuesta del otro. Si os habéis dado cuenta de que quizás sea una pauta que se retroalimenta. La broma de uno con la risa del otro. Os quedáis callados. Evidente. Pero hasta que lo ha dicho no lo era. Él piensa en cuántas cosas serán ahora evidentes sin que lo note. Cuántas cosas lo son para ella. La mira. Ella siente ardor en el pecho. Ahora lo escucha en silencio. Los dos se miran y comprenden que quizás hayan salido de Nunca Jamás. Por un momento. Por un instante. Pero el momento tal vez se quede.

 

Ana Muñoz Vélez

Licenciada en Psicología col. nº: M-36247

 

By | 2021-05-27T06:52:16+00:00 mayo 27th, 2021|Blog|0 Comments

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